El dinero, como la justicia, se transforma

Ahora que ya vamos avanzando más en los cursos de ‘Pandemia’ (yo creo que ya estamos entrando en segundo curso), la nueva asignatura de los últimos días, ha sido la de la inmunización global. Por parte de los expertos nos advierten que, mientras se permita que la transmisión del coronavirus continúe en distintas partes del planeta, aparecerán más variantes que, potencialmente, podrán evadir la acción de las vacunas. Esa realidad, supone que, mientras toda la población del planeta no haya tenido acceso a la inmunización generalizada, difícilmente tendremos garantizada una vuelta a la normalidad ‘normal’, por ello, me resulta un tanto llamativo que ahora se busque por algunos la inmunidad autonómica, como si el bicho fuera a respetar las fronteras de los territorios que puedan gozar de una prestancia económica más acusada y por tanto de un acceso privilegiado al milagroso suero.

En nuestro refranero, siempre tan sabio como un viejo abuelo, hay una cita que da que pensar, y es aquella de «la muerte y el sueño igualan al grande con el pequeño». Durante la triste y nueva realidad que se vive desde hace un año, no son pocas las veces que hemos sido espectadores de tal evidencia. El dichoso bicho, ha atacado por igual a grandes y a pequeños, como dice el refrán, sin hacer especial distinción en la condición social y económica del huésped, llegando en ocasiones a un final fatal, que no se pudo salvar a golpe de talonario. Ni los más insignes nobles, pueden escapar a las fauces del ocaso de la vida, y si no, que se lo digan al príncipe Felipe de Edimburgo, que casi con la centena no le ha quedado más remedio que despedirse de las bondades y maldades del terrenal mundo, por eso, como decía aquel maestro budista, «la muerte es muy justa: nos llega a todos».

 Sin embargo, si hay algo que sobrevive generación tras generación y que podemos considerar infinito, pese a no gozar de la misma justicia que el óbito, es la figura del dinero. En sus orígenes (que la mayoría sitúan allá en el siglo VII antes de Cristo) surgió para crear algo que tuviera valor de intercambio para suplir las necesidades de aquellos que no disponían de elementos de trueque adecuados. A lo largo de la historia, ha ido evolucionando hasta la concepción actual (billetes y monedas sin valor propio), pero nunca ha desaparecido, siempre en evolución y transformación, como si de un ser todopoderoso se tratara.

Actualmente y en pleno año 2021, todo apunta a un nuevo salto en la evolución de ese ser infinito, pues existen diversas iniciativas internacionales que muestran que el fin del dinero en efectivo está cerca, lo cual se ha acuciado aún más fruto de la pandemia actual que vivimos. Las economías de todo el mundo podrían llegar a converger gracias a la tecnología en ese punto común, que nos hará prescindir de billetes y monedas en metálico tal y como los conocemos hasta ahora.

En las últimas semanas, hemos visto como las criptomonedas han sido grandes protagonistas de los mercados de valores, pues el anuncio del fundador de Tesla de invertir mil quinientos millones de dólares en Bitcoins, ha generado tal revuelo que ha hecho que incluso, la Comisión Nacional del Mercado de Valores y el Banco de España emitieran un (nuevo) comunicado conjunto advirtiendo de los riesgos de la inversión en criptomonedas.

Ambos reguladores han tratado de definir así varios aspectos desde el punto de vista legal de las criptomonedas. Así, hay que ser conscientes que las criptomonedas no tienen la consideración de medios de pago (es decir, que no existe la obligación de aceptarlos como tal), además, no están respaldadas por ningún banco central, ni están cubiertas por ningún mecanismo de protección. Actualmente, ese dinero virtual no dispone de regulación normativa que lo controle, pues, si bien a nivel europeo existe una propuesta de reglamento sobre los mercados de cripto-activos, no deja de ser una mera propuesta y pone al descubierto su seguridad jurídica.

Esa falta de regulación implica una limitación en las posibilidades de crecimiento de la actividad, pues lejos de lo que algunos consideran (que ello podría tener mayor flexibilidad y libertad para operar en este mercado), lo cierto es que la ausencia de reglas hace que los emisores, intermediarios, e inversores, actúen al respecto con el freno de mano echado, dado que la mayoría de los cripto-activos quedan fuera del ámbito de aplicación de la legislación en materia de servicios financieros.

Ya estamos acostumbrados a que la regulación normativa siempre surja después de la innovación, pero la ausencia de una regulación en relación con este «nuevo dinero» debe de hacernos actuar con prudencia y cautela, pues nos encontramos con un entorno que adolece de la seguridad jurídica deseable, pese a haber aterrizado hace más de un década en nuestro mundo virtual.

Hemos de suponer que la muerte del dinero no ha llegado, ni llegará, pues parece que éste nunca se destruye, sino que se transforma, pero sí que hemos de estar abiertos a esa evolución que tan próxima se vislumbra, en la que no sería de extrañar que nuestros billetes y monedas pasen por una desaparición paulatina y lenta, de la que tal vez nuestras futuras generaciones escuchen hablar atónitos e incrédulos, como cuando ahora un adolescente escucha hablar de la mismísima Sra. Perrona.